Siempre se ha dicho que el cine de Hoillywood representa más una fantasía que una realidad, incluso cuando habla sobre historias reales dramáticas. Desde el albor de la industria, en Hollywood siempre se han hecho películas con un marcado carácter positivo, que deje un buen sabor de boca en el espectador. Da igual si es una historia de superación que termina bien o un drama en el que hay varios crímenes de por medio. La situación siempre debe dejar un buen regusto en el final, porque nadie quiere pagar una entrada de cine para salir peor de lo que entró. Sin embargo, las cosas están cambiando en las últimas décadas, y las historias oscuras y truculentas están ganando terreno. Se busca reflejar todas las aristas de lo que ocurre en el mundo, en la vida real, y no solo la parte luminosa y positiva. Si hay un lado oscuro, también hay que mostrarlo, porque el realismo debe estar por encima de la propia fantasía hollywoodiense.
Una de las mejores películas que explican este “cambio” en la manera de enfocar las historias es Monster, un filme de 2003 dirigido por Patty Jenkins. Aquella película fue un punto de inflexión no solo para su directora, que posteriormente se convertiría en una de las mejor pagadas de la industria, sino también para su protagonista. Y es que Charlize Theron demostró ser una actriz de raza y con mucha valentía al aceptar este papel e incluso hacer las veces de productora del filme. Theron quería llevar a la gran pantalla la truculenta historia de Aileen Lee Wuomos, una prostituta de Florida que había sido detenida y ejecutada por asesinar a varios hombres que, según su versión, la habían atacado y violado. El caso de Wuomos removió los cimientos de la sociedad norteamericana porque había muchos ingredientes picantes en su historia. Su trabajo como prostituta, su condición de lesbiana, incluso su aspecto físico, fueron utilizados como parte de la campaña negativa creada en los medios contra ella. Nadie se hubiera atrevido a realizar un papel así en el cine, pero Charlize Theron demostró su valentía y fue agasajada con los mejor premios de la industria.
Nicolas Cage es uno de esos actores que siempre han estado en boca de todos. Figura imprescindible del Hollywood de los años 90, es cierto que el cambio de siglo no le ha sentado demasiado bien al intérprete, perdiéndose entre numerosos blockbusters. Su vida privada, llena de extravagancias, ha terminado convirtiéndole en un meme andante, pero él mismo ha aprendido a reírse de esa situación. Convertido ahora en una especie de icono popular, llevando al extremo sus interpretaciones hiperdramáticas en películas de serie B, Cage puede presumir de una carrera brillante. Para muchos, el actor nunca ha tenido verdadero talento y solo su carisma le ha permitido llegar lejos en la industria. Para otros, Cage es el ejemplo perfecto del método, un intérprete que se deja la piel en cada proyecto. O el hígado, como ocurrió en Leaving Las Vegas, la película que le permitió ganar nada menos que un premio Oscar. Aquella película se convirtió en un filme de culto desde su mismo estreno, y es que destilaba un ambiente muy diferente a lo que Hollywood solía realizar en aquellos tiempos.
Descrita como una versión oscura y cínica de Pretty Woman, algunos incluso han visto en ella una historia de amor decadente. La de un alcohólico que no encuentra motivos para seguir viviendo después de perderlo todo y una mujer que hace la calle pero siente devoción por los seres humanos débiles y frágiles. La generación X llegaba a la gran pantalla mucho antes de que Seven o El Club de la Lucha reivindicaran este tipo de cine como el nuevo y decadente sueño americano. Hoy, casi treinta años después de su estreno, muchos siguen considerando esta obra como la mejor película de Cage, y destacan también la injusticia que se cometió con Elisabeth Shue, que quedó a la sombra de su compañero en los premios. Ella también fue nominada al Oscar pero se quedó sin galardón. Su director, Mike Fliggis, nunca volvió a rodar nada tan especial, pero puede contentarse con figurar entre los mejores filmes de los 90. Una película que vista hoy en día no ha perdido un ápice de su fuerza y su carisma.
La carrera de una estrella de cine puede durar apenas unos años, aprovechando un gran tirón por un éxito masivo en las pantallas, o alargarse durante décadas. Puede comenzar ya con cierta edad, después de haberse presentado a innumerables castings y pasar penurias, o destacar ya desde que se es apenas un crío o una cría. Estrellas infantiles que se han reconvertido en estrellas adultas no nos faltan, aunque también es cierto que en muchos casos, estos jóvenes terminan siendo juguetes rotos. Casos como el de Macaulay Culkin o Haley Joel Osment nos han demostrado que triunfar a nivel de taquilla siendo todavía un niño no augura siempre un futuro brillante en el cine. Las cosas cambian y cuando llega la hora de la verdad, los papeles pueden ser totalmente distintos a los que se han protagonizado en la etapa infantil. Y esto supone un reto que muchos no pueden sobrellevar.
Las chicas lo intentan asumir de otra manera. En los últimos años hemos visto como muchas jóvenes se estrenaban en programas y series de televisión infantiles, de canales como Disney o Nickelodeon, para luego buscar su hueco en la industria. A veces, de forma bastante traumática, con la necesidad de quitarse de encima esa vitola de “ídolo infantil” a base de películas adultas con escenas muy subidas de tono. Victoria Justice, Selena Gomez o la irreverente Miley Cyrus son los ejemplos perfectos de este tipo de casos. Chicas que han crecido delante de una cámara, con personajes adorables que han servido de inspiración a millones de niñas. Y que a la hora de afrontar papeles más adultos se encuentran con esa barrera real de tener que sobreponerse a su imagen infantil o juvenil, en pos de nuevos retos. No es algo nuevo, ni mucho menos, ya que lo hemos visto en numerosas ocasiones. Seguir de cerca la evolución de las estrellas infantiles ha sido siempre uno de los pasatiempos favoritos en Hollywood. Como si la prensa estuviera esperando cualquier pequeño tropiezo para atacar sin piedad a aquel niño o niña que habían aupado hace solo unos años. Se necesita mucha mesura para hacer esa transición de una manera elegante y efectiva, como lo consiguió Jodie Foster.
La historia de cómo Brian de Palma llegó a convertirse en uno de los directores más respetados y populares de Hollywood es ciertamente curiosa. Criado en una familia acomodada, no tuvo mucho problema en conseguir entrar en la universidad Sarah Lawrence, una de las más prestigiosas de Estados Unidos. Allí se decantó por el estudio de la física, con la idea de convertirse en científico. Durante su infancia ganó en varias ocasiones concursos regionales de ciencias, y pasaba las horas construyendo pequeños ordenadores. Pero cuando estaba en la universidad, el cine se cruzó en su vida. De un día para otro, De Palma se vio arrastrado por la fascinación que le producían Godard, Hitchcock o Polanski. Tanto así que lo dejó todo para empezar a convertirse en cineasta, rodando algunos cortometrajes a lo largo de los años 60 que hoy se consideran casi de culto.
De Palma tuvo un gran éxito gracias a la película Carrie, adaptación de la primera novela de Stephen King. Antes de eso había rodado El Fantasma del Paraíso, e incluso ayudado a su amigo George Lucas a conseguir a su princesa Leia para La Guerra de las Galaxias. De Palma comenzaría los años 80 con una película que sacaba a la luz sus más evidentes instintos hitchcocknianos, Vestida Para Matar. En una era donde Halloween, de John Carpenter, había avivado la llama de las películas de asesinos en serie, De Palma se decantó más por el estilo de Peeping Tom o Psicosis para darnos una rareza en el género slasher. Una película que hoy en día es vista como un clásico, pero que en aquel momento fue recibida con tibieza. El director no erró su siguiente disparo, y nos trajo Scarface, una película que es hoy considerada como toda una obra maestra, y que ensombreció un poco la anterior. Pero Vestida para Matar supone uno de los mejores ejemplos de la filmografía puramente de suspense de su director, y por ello ha de ser muy tenida en cuenta. Además, su visión sobre la prostitución también marcó un hito a la hora de reflejar este oficio en la gran pantalla.
Cada día, decenas de actores y actrices de todo el mundo aterrizan en la soleada California para entrar a formar parte del lugar donde nacen los sueños. Hollywood, la meca del cine desde hace casi un siglo, sigue tratando de mantener su glamour pese a los cambios irremediables que toda industria debe vivir. Lejos quedan los años dorados donde las estrellas eran divos intocables. Actualmente, en la era de las redes sociales, cualquiera está en peligro de caerse del altar donde el público le ha puesto. Actores y actrices muy reconocidos han caído en desgracia en cuestión de días o semanas, por un desliz, una acusación o una vendetta personal. Estamos en una nueva era y ya no hay paz para los que quieren estar por encima del bien y del mal, aunque sean ricos y famosos.
El lado oscuro que siempre ha tenido Hollywood está más de moda que nunca, bajo el escrutinio de las hordas inquisitoriales de Internet. Los movimientos pro-feministas y por la diversidad han traído aires renovados a la industria, pero también se han llevado por delante a muchos ídolos. Algunos, con toda la razón del mundo. Otros, con una persecución carente de pruebas que luego no ha resultado tan clara como parecía. Y en medio de la polémica, como siempre, el tema del que más se habla en la industria: el sexo. Mientras las productoras más grandes rebajan las escenas de cama en pantalla para no ofender a nadie, la imagen de santurronería de Hollywood ya no engaña ni al más ingenuo. Todos sabemos lo que ocurre entre bastidores, en los camerinos y en las caravanas. Hemos visto lo que muchos y muchas han conseguido en los despachos, más que delante de las cámaras. No es algo nuevo, desde luego, y se lleva dando desde el propio nacimiento de la industria, pero nunca hubo tanta información sobre ello. Una información que todos los aspirantes a estrella deberían al menos conocer, para saber lo que están haciendo al meterse en la boca del lobo.
El cine español sigue demostrando ser una mina increíble de talento, tanto en sus actores como en sus directores, guionistas y técnicos. Encontrar a varios directores patrios en proyectos importantísimos en el extranjero, como Rodrigo Cortés, Juan Antonio Bayona o Paco Cabezas, unidos a esos actores que están llamando la atención ya más allá de nuestras fronteras, como Ana de Armas, Estér Exposito, Aaron Piper o Blanca Suárez, es la muestra más evidente de la buena salud que tiene nuestro cine. En un momento complejo para la industria, España sigue exportando talento, pero también conservándolo, ya que muchos directores, actores y técnicos deciden quedarse en nuestro país, donde la producción de películas y series está creciendo mucho en los últimos tiempos, gracias al empuje de nuevas productoras y de las plataformas de streaming, que han apostado por España desde el primer momento.
Llegar a ser director en nuestro país, sin embargo, no es una tarea precisamente sencilla. Normalmente son muchos años de formación, de grabar anuncios, pequeños cortos o capítulos de series de televisión, para ir cogiendo confianza y fogueándose, antes de dar el gran salto al largometraje. Esa ha sido la carrera de muchos de los directores que hoy por hoy están en lo más alto del cine español, como Salvador Calvo, un nombre que está empezando a sonar con mucha fuerza en el panorama nacional gracias a sus dos películas, 1898: Los Últimos de Filipinas, y sobre todo Adú, que le ha permitido ganar el Goya a Mejor Director en 2021. Un premio merecidísimo y que viene a corroborar la espectacular trayectoria del madrileño, muy prolífico en televisión durante la última década, y que ahora también está logrando hacerse un hueco en la gran pantalla.
Dentro del arte del cine, la fotografía es una de las partes más importantes, aunque pocas veces se le reconoce como tal. Es más fácil fijarse en las actuaciones, en el guión o incluso en los efectos especiales. De hecho, en una época en la que cada vez más producciones se graban en este tipo de fondo de croma, para poner luego el fondo ideado detrás, la fotografía natural está perdiendo mucho terreno en Hollywood. Y es una pena, porque es una de las marcas visuales más reseñables de cualquier producción. El Señor de los Anillos, Matrix, Seven o Blade Runner no serían lo mismo sin ese estilo de fotografía tan peculiar de cada una de ellas, una marca que les permitió convertirse incluso en películas de culto. Claro que tenían buenas historias, buena dirección y buenos actores detrás. Pero el estilo visual marcó por completo todo lo demás.
Que Julia Roberts es una de las actrices más profesionales de su generación nadie lo pone en duda. Pero su nivel de compromiso es tan grande que, en ocasiones, no ha dudado en sumergirse en ciertas comunidades para dar más realismo a sus personajes.
Este es el caso de Pretty Woman, una película que pese a haberse estrenado en 1990 se convirtió, muy posiblemente, en la obra cinematográfica más icónica del director Garry Marshall.
La cinta nos presenta a un ejecutivo que compra y vende empresas llamado Edward (Richard Gere). En un viaje de negocios a los Ángeles, nuestro protagonista contrata a una prostituta llamada Vivian (Julia Roberts) y le ofrece una gran suma de dinero para que pase toda la semana con él, acompañándole a diferentes actos sociales.
Este encuentro fortuito cambiará para siempre la vida de Vivian, quien nunca imaginó que se vería rodeada de las más altas clases sociales, con todo lo que ello conlleva.
El cine tiene una fuerza irresistible para crear sueños, y es por eso una de las artes más inspiradoras que existen. No es extraño comprobarlo gracias a las películas que se estrenan cada año, y que han llevado a miles de personas a interesarse en la paleontología, por ejemplo, tras la aparición de la mítica Parque Jurásico, o incluso por la arqueología cuando la trilogía primigenia de Indiana Jones sorprendió a todos en los años 80. Las películas nos muestran un mundo de aventuras en el que todos podemos ser héroes, y también nos enseñan parte de nuestro propio mundo, zonas a las que es complicado llegar si no es a través de la pantalla, pues están muy lejos y en algunos casos son tremendamente inaccesibles. Hablamos, de esos escenarios increíbles de rodajes que hacen que una película sea inolvidable.
Es, sin lugar a dudas, uno de los directores más importantes e influyentes de la historia reciente del cine americano. Woody Allen empezó como cómico y guionista, y posteriormente dio el salto a la gran pantalla, dejando a todos enamorados con películas como Manhattan, Ana y sus Hermanas o El Dormilón. Con un estilo depurado, unos diálogos chispeantes y una forma muy especial de tratar temas universales como el amor, la muerte o el sexo, Allen pronto se convirtió en uno de los directores más solicitados.
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